Desde que nací,
me ha impresionado la vertiginosa celeridad con la que se han ido abriendo y
cerrado cada uno de los ciclos de mi
vida; apenas sin darme cuenta. Adquirido el dominio de uno, me precipitaba sin
remedio hacia ...
el principio de otro. Y cuando por fin dominaba éste, alcanzaba nuevamente el inicio de uno nuevo.
el principio de otro. Y cuando por fin dominaba éste, alcanzaba nuevamente el inicio de uno nuevo.
No es que me dé
miedo entrar en un nuevo período y verme obligado a explorarlo, lo que me inquieta es que esta
vorágine de ciclos algún día cese. Porque si esto sucediese algún día, ¿qué
pasaría entonces conmigo? ¿Qué ocurriría con mi vida?
Primer ciclo. Con tan solo unas pocas horas de vida,
ya me sorprendía la avidez con la que me alimentaba de las mamas de mi madre. Jugaba,
dormía y comía a diario. No quería -ni sabía- hacer otra cosa. Era mi vida. ¡Y
era feliz!
Segundo ciclo. Con semanas, aprendí a masticar y
digerir pienso. Este nuevo ciclo fue más neurálgico. Era más autónomo y jugar
con mis hermanos me fascinaba. Corríamos, nos mordíamos y bromeábamos sin
parar. Fue una época que siempre recordaré con cariño.
Tercer ciclo. Poco más tarde, llegó mi primer “gran ciclo de cambio”. Estos ciclos son
determinantes y no una continuidad de otros, como suele suceder; por eso los
llamo así: grandes ciclos de cambio.
En este primer “gran ciclo de cambio” mi destino acabó en manos de un
humano que hasta entonces desconocía. Esto me desconcertó, pues no sabía qué
esperar de él… ni qué esperaría él de mí. Este nuevo ciclo definitivamente cambiaría
mi vida. Ellos lo llaman "impregnación".
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