Acostumbrado
a estar sólo con mis hermanos y hermanas, este nuevo hogar me pareció agitado. Sucedían
muchísimas cosas en muy poco tiempo y ...
yo apenas entendía ni una sola de ellas. Todo iba muy rápido.
yo apenas entendía ni una sola de ellas. Todo iba muy rápido.
Súbitamente,
un sonido agudo y estridente resonó en mis oídos con violencia. Terriblemente asustado,
corrí hasta mi escondite recién descubierto, un cuadrilátero de plástico en
donde se hallaba una prenda de aroma afrutado que llenaba mis sentidos, una
fragancia que me relajaba... aunque no entonces. Con el pulso acelerado, esperé
a ver qué ocurría.
El
humano abrió una puerta permitiendo el paso a dos hermosas perritas que entraron
a velocidad pasmosa. Encontrándome, me olisquearon inquietas, como si fuera un
bicho raro, un intruso. Yo me dejé. ¡Qué podía hacer! La perrita del color de
la noche me había gruñido altanera y a la otra, la que tenía el color de las
vacas frisonas, las típicas de manchas negras y blancas, tampoco pareció
gustarle mucho mi presencia. Sin embargo, a mí esta última me había gustado
mucho. Su olor, sus ganas de juego o las dos cosas a la vez habían llamado
inexorablemente mi atención. Confiado, corrí tras ella.
En
cuestión de pocos minutos, aprendí que la perrita negra ejercía un gran poder
en esa casa. En verdad su nombre no hacía honor a su naturaleza, pues de ningún
modo me sentí protegido por ella, por Wanda. Aunque
claro, yo tampoco podía considerarme un vándalo.
En
cambio, Tana sí podía considerarse “una
bella princesa”. Ella sí hacía honor a su nombre. Descubrí después que era la
más joven de las dos y que valoraba en exceso su independencia tanto como sus
pelotas de juego.
Considerándome
poca cosa (o una amenaza insignificante en sus vidas, ¡quién sabe!) corrieron presurosas
a la cocina. Sentándose entre jadeos una al lado de la otra, esperaron. Debía
ser un ritual que practicaban con frecuencia, pues ni el humano con el que
vinieron ni el humano que estaba conmigo les habían hecho ninguna señal o
indicación de que se sentaran allí.
Nervioso
e inquieto por su visita y por la expectativa de lo que podría ocurrir después,
yo hice lo mismo. Me senté junto a ellas a esperar. Me sorprendí recibiendo una
deliciosa galletita que engullí precipitadamente. Ellas recibieron el mismo
premio.
Deseé entonces que Wanda y
Tana vinieran más a menudo a esa casa. Deseé
que me volvieran a dar otra de esas apetitosas galletitas.
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