Acurrucado
en una esquina de lo que empecé a creer sería mi nuevo hogar, me sentí extraño.
No conocía absolutamente nada de ...
lo que me rodeaba; ni los colores, ni las formas, ni los olores.
lo que me rodeaba; ni los colores, ni las formas, ni los olores.
No
obstante, el humano que se encontraba frente a mí parecía tomarse muchas
molestias en llamar mi atención, lo que me sorprendía. Una pelota, un trozo de
cuerda, lo que parecía ser un muñeco con brazos y piernas en tonos morados.
Aquel desconocido no hacía más que coger un juguete tras otro con el único fin
de despertar mi curiosidad.
Todavía
reticente debido a los acontecimientos ocurridos, no encontraba el valor
necesario que me impulsara a mordisquear aquel extraño juguete que tanto
llamaba mi atención. Aquellas piernas, aquellos ojos… Lo cierto es que ese
juguete, en aquellos tonos morados, tenía algo que poco a poco consiguió
derrumbar mis receladas barreras. Más audaz que seguro de mí mismo, alcé mis
patas delanteras y atrapé entre ellas aquel original muñeco. El desconocido emitió
entonces pequeñas palabras en un tono que reconocí como cariñoso. Más animado e
intrépido por ello, cabeceé con el monigote entre mis dientes. Desprevenido, el
humano me quitó el juguete y lo lanzó lejos de la esquina donde me hallaba.
Decidido, corrí hasta él para mordisquearlo con insistencia y balancearlo de nuevo
en mi hocico. El humano volvió a acercase a mí con la intención de quitármelo
otra vez, pero esta vez yo estaba alerta. Sin embargo, mi ingenuidad volvió a
jugármela. Lanzándomelo al interior de otra habitación, corrí presuroso hasta
él. Lo atrapé entre mis patas y lo mordisqueé con avaricia. Ese juguete era genial
y el humano era muy divertido al jugar conmigo.
Después
de pasárnoslo muy bien juntos un largo rato, volví a hacer pis, algo muy normal
en mi edad y en la vida que conocía hasta ahora, pero el desconocido se enfadó muchísimo
conmigo otra vez.
¿Por qué? ¡Si nos lo habíamos pasado genial jugando! Empujé el
muñeco hacia él con el hocico para animarle pero no dio resultado, pues lo
cogió y lo colocó en un lugar al que yo no llegaba. Su voz se enronqueció, era
más grave que cuando jugábamos. Me acobardé. Chillaba y agitaba sus manos
rápidamente señalándome a mí primero y al pis que acababa de hacer después.
¿Qué pasa? Sí, ya sé que es un pis, y lo he hecho yo. El humano debería estar
orgulloso no disgustado. No le comprendía bien. Se alegraba y se enfadaba indiscriminadamente
en cuestión de minutos. ¿Qué le ocurría? Empezábamos a ser amigos… y ahora
esto. No sabía muy bien qué pensar de él. ¿Cuándo volvería a querer jugar
conmigo? Miré la pelota y después le miré a él. Quizás su sistema funcionara a
la inversa. No, no funcionó. No cogió el juguete. Ni si quiera lo miró. Seguía
señalándome el pis. ¡Qué pesado con el pis! No tenía tanta importancia. Yo lo
hacía continuamente. A lo mejor estaba enfadado porque a él no le salía tan a
menudo. Sí, debía ser eso. Estaría enfadado porque él quería hacerlo tantas
veces como yo. Feliz con mi reciente descubrimiento, esperé sentado a ver qué
hacía esta vez. El humano era sin duda una caja de sorpresas.
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